23 de mayo de 2011

Revisión del concepto de la moral Kantiana

Percy Cayetano Acuña Vigil

 Immanuel Kant
Las posiciones de mayor influencia en Kant se encuentran en la Fundamentación de la Metafísica de las costumbres, La Crítica de la Razón Práctica, La metafísica de las costumbres, Antropología desde un punto de vista pragmático y Religión dentro de los límites de la mera razón.


Se considera que recién con el discurso de Maquiavelo empieza la Ciencia Política, aunque antes de él ya se había escrito sobre teoría Política, tal es el caso de Platón, Aristóteles, Cicerón, Seneca, los padres de la iglesia, Marsilio de Padua y Guillermo de Ockam entre otros.
   Igual situación se da con Kant y la Moral. Aristóteles, en su Ética a Nicómaco construye la base de su moral,  el catolicismo y el cristianismo construyen una moral cristiana, pero ambas e incluso el mismo discurso del utilitarismo tienen una moral, que se desarrolla en la modernidad, son criticadas por Kant.
   La razón de la crítica es que no se habría incluido la noción de autonomía.
   Si bien en todos estos modelos se habla de moral, siempre existe una dependencia, de Dios, de los sentidos, de la naturaleza, mientras que la moral kantiana es autónoma, no es impuesta por nadie ni por nada.
   Por esta razón el punto de partida es Kant para hablar de Moral. Esto es clave en el desarrollo de la modernidad. Kant tuvo el gran mérito, según Hegel, de haber proclamado irrevocablemente esa subjetividad del individuo en cuanto tal, su autonomía moral interna como el fundamento último de su libertad.
   Los filósofos ilustrados buscaban la verdad científica y se basaron en la razón para explicar la realidad del mundo en el que vivían. La ilustración es para la historia un sistema de pensamientos producido por los intelectuales en un ambiente de autonomía y libertad de la razón individual, donde cada persona podía instruirse en busca de la verdad científica. Era sobre todo, un programa educativo orientado a elevar el nivel cultural de la sociedad y mejorar la situación de quienes desearan cultivar la razón y salir de la ignorancia.

Kant sostenía que:
La ilustración es la salida del hombre de su minoría de edad. Él mismo es culpable de ella. La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin la conducción de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la ilustración.
   En este párrafo Kant  sentaba las bases del moderno concepto de autonomía, entendida como una dimensión de la razón que facilita al ser humano la posibilidad de pensar y, por tanto, de darse normas a sí mismo sin ayuda de ninguna autoridad. La autonomía se alcanza desde la voluntad de querer poseerla, y permite al ser humano librarse de la carga de la autoridad.
   Kant afirmaba que una ética autónoma (basada en el deber por el deber) era el único marco posible para lograr una pauta universalmente válida de conducta, frente a las éticas heterónomas (basadas en el placer, por ejemplo) que no lograban fundamentarse en la autonomía personal por estar dirigidas por un objeto no racional.
   También entendía que el conocimiento es un desafío (Sapere Audere!, en latín, “Atrévete a saber”) y la libertad, más que una condición, es un logro. De esta manera, la persona autónoma era responsable, mientras que quién, por comodidad o cobardía, decidía vivir en estado de minoría de edad, resultaba ser irresponsable.
   La autonomía (moral y política) pasó a ser un ideal en sí mismo y base, con el paso del tiempo, de las sociedades democráticas, pues solamente desde la autonomía personal se puede hacer uso de la autonomía política que permite al ciudadano participar en el gobierno de la comunidad.
   Kant piensa que uno tiene fines de antemano, p.e. con respecto a la salvación ya hay un camino establecido por la revelación por la cual uno se salva. Igual ocurre con los otros discursos morales, p.e. con Aristóteles hay una moral, con el estado de virtud establecemos un punto de partida, igual ocurre con el estado de naturaleza con el que se alcanza un grado de virtud ya que los fines están antes del sujeto.
   Con el utilitarismo (Bentham) se tiene un fin: La felicidad, es el punto de partida, de modo que los sentidos guían la conducta, la felicidad material, el confort, el placer.
   Kant sostiene que si bien se habla de moral, ninguno de estos modelos es autónomo, siempre existe una dependencia de Dios, de los sentidos, de la Naturaleza.  En Kant la Moral es autónoma, no es impuesta por nadie ni por nada. El punto de partida es Kant para hablar de Moral.
   Con la autonomía de la ilustración cada uno decide su proyecto personal de vida. Con la Ilustración, como hemos visto, la razón sintética y deductiva a partir de ideas innatas (racionalismo cartesiano), es rechazada por un modelo empírico-analítico (Newton y Locke). Para Kant hay cobardía cuando se busca una guía, cuando no se es autónomo. Esto implica que se acentúa lo individual, con seres autónomos con un proyecto personal de vida.
   Con la ilustración se impone la síntesis deductiva (s. XVIII) y el Análisis Trascendental de Kant, a partir del cual el instrumento de la crítica es el análisis.
    Kant admira la razón francesa, identificándola con la Ilustración como algo optimista. Isaiah Berlín en "El fuste torcido de la humanidad, capítulos de historia de las ideas" toma una frase de Kant, "con el leño torcido del cual ha sido hecho el ser humano nada puede forjarse que sea del todo recto".

Ser autónomo en sentido kantiano es obrar moralmente.
Pensamiento que refiere a que para que haya una conducta racional se requiere actuar libremente, no inducido por los deseos, ni por los sentidos. Si se actúa inducido por los impulsos no se es racional, ya que uno siempre se encuentra en situación de dependencia que no conduce a los fines auténticos, de modo que uno no podría ser libre, si se es dependiente y no racional. Esto es compatible con la conducta moral y por ende con lo racional.


Con el leño torcido del cual ha sido hecho el ser humano, nada puede forjarse que sea del todo recto".


De acuerdo a Kant, para que sea posible el conocimiento es necesario:
    1. La estructura de nuestra 'razón', la cual es independiente de la experiencia
     2. Un material modelable, que la estructura de la razón se ocupará de elaborar: ni conceptos sin intuición   que de alguna manera les corresponda, ni intuición sin conceptos pueden dar el conocimiento (porque) pensamientos sin contenidos son vacíos, intuiciones sin conceptos son ciegas. 

De esta manera, la razón está compuesta por:
    1. Formas puras de sensibilidad (intuiciones puras): el espacio y el tiempo
    2. Categorías: Conceptos puros del entendimiento tales como substancia, causalidad, unidad, pluralidad...
De acuerdo a este esquema, se entiende que el espacio, el tiempo y las categorías no son sino instrumentos o moldes mediante los cuales el sujeto elabora el mundo de los objetos. El insumo material sobre el cual accionará la razón serán las impresiones o sensaciones, que no son sino el contenido.

Las categorías de espacio y tiempo.
Según Kant, el espacio y el tiempo no son rasgos que las cosas tengan independientemente de nuestro conocimiento de ellas; el espacio y el tiempo son las formas a priori de la Sensibilidad externa (o percepción de las cosas físicas) y el tiempo la forma a priori de la Sensibilidad interna (o percepción de la propia vida psíquica).
     Estas representaciones no tienen un origen empírico, es decir no se extraen de la experiencia sensible, sino que son su condición de posibilidad. Gracias a estas formas de la Sensibilidad, el sujeto cognoscente estructura las sensaciones proyectando todo lo conocido en la dimensión espacio–temporal (las cosas físicas en el espacio–tiempo y los fenómenos psíquicos en la dimensión meramente temporal).
    Kant, encerrado en un mundo fenoménico, descalifica la posibilidad de contactar a las cosas en sí mismas, ya que parte de la conciencia, de las representaciones fenoménicas del yo, sean provenientes del mundo externo o interno, y se aboca, desde un principio, a la estética trascendental.
    Entiende por sensación el efecto de un objeto sobre la facultad representativa, en cuanto somos afectados por él. Se entiende que se prescinde por completo de la naturaleza del objeto afectante y que solamente se presta atención al efecto que se produce en nosotros, en lo puramente subjetivo.
    El espacio fenoménico no es real en cierto sentido, ya que uno ve la realidad con lentes (categorías de espacio – tiempo). Este es el espacio nouménico, más allá del espacio y tiempo. Si no hubiese tiempo envejeceríamos.
    Para Kant nuestro conocimiento se restringe a la realidad fenoménica. Pero a pesar de eso no tenemos derecho a afirmar que no existen más realidades que los fenómenos. Por eso Kant habla de noúmenos.
    El noúmeno es la cosa en sí, lo pensable, lo inteligible. Es la idea correlativa a fenómeno: lo correlativo a “una cosa que aparece”, es la idea de una cosa “que no aparece”, esto es, una cosa en sí misma, aparte de su aparecer. Es la cosa en sí. No podemos conocer los noúmenos ni podemos decir dogmáticamente que existan. Los pensamos, los afirmamos, pero no los podemos probar. En sentido positivo: indica las realidades que son absolutamente independientes de nuestra conciencia, las cosas que existen aunque no las conozcamos; En sentido negativo: indica el límite de nuestra posible experiencia. Kant también llama noúmenos a “el yo libre”, a Dios.
    Para Kant de la misma manera que existe un principio que relaciona los fenómenos en orden al conocimiento, deberá existir otro principio de al menos el mismo rango que el de la Causalidad para el ámbito nouménico.
    El ámbito nouménico es el de lo incondicionado. Por tanto, dicho principio será el de la Libertad. Dicho principio se encuentra en el conocimiento práctico, es decir, aquel que regula el comportamiento en base a los imperativos de la voluntad.
    El ámbito de la moralidad es aquel en el cual uno construye de modo autónomo y libre las máximas y principio que rijan sus actos en base a la propia voluntad y en orden al bien y al mal. Por tanto, la libertad fundamentará la moralidad. Tal principio se concretiza en el imperativo categórico, que se formula así:
“Obra de tal manera que la máxima de tu conducta sea válida para todos los hombres de todos los tiempos”.
    La humanidad en general habrá de ser un fin por sí mismo y no un medio. De esta manera, Kant rompe con los imperativos hipotéticos, con aquellos que indican la manera de actuar en momentos dados. La moral de Kant es una moral formal autónoma, no indica lo que se tiene que hacer, sino cómo se tiene que hacer.



Dado que no siempre seremos felices cumpliendo dicho imperativo categórico, entonces deduce tres postulados:
    •    La libertad, como base de la moralidad.
    •    La inmortalidad del alma. Es necesaria la vida tras la muerte para que el alma reciba su  
          premio o castigo por los actos cometidos en vida.
    •    La existencia de Dios, como responsable de que el alma reciba su premio o castigo.

La moral se encuentra en el campo nouménico, al igual que la justicia, los derechos individuales y la dignidad humana. La base de los derechos fundamentales, la conducta moral  es la del hombre libre.
    El imperativo categórico nos sirve para identificar las conductas morales, en base al deber. Para Kant la razón práctica, no puede expresarse ni por medio de los juicios analíticos o explicativos ni por medio de los juicios sintéticos, puesto que no dice lo que acontece en la experiencia, sino lo que debe ocurrir en ella. Así, la forma de conocimiento práctico, no es un juicio, sino un imperativo.
    De acuerdo con Kant, el ideal moral está formado por imperativos categóricos que se originan en la voluntad moral, una voluntad autónoma que se encuentra libre de los fines u objetos de deseo.
    La fórmula del imperativo categórico, base de la moral kantiana, se expresa así: "Obra de manera que la máxima de tu voluntad pueda servir siempre como principio de una legislación universal." Esta fórmula es la ley moral.
    El principio moral tiene que ser un principio para todos. Esta idea se formula como una exigencia, que Kant denomina «el imperativo categórico», o en términos más generales la Ley moral. Su versión más conocida dice así: «obra sólo según la máxima que al mismo tiempo se pueda querer se convierta una ley universal».
    Para actuar como si la voluntad actuara como una máxima universal, tomada como fin y no como medio; para actuar como en la república de los hombres libres.
    En La Paz perpetua señala que cuando más grande la república existe menos igualdad. En la antigüedad, el pequeño tamaño y la homogeneidad cultural permitían la participación directa en el gobierno. En la modernidad el vínculo de los individuos con lo público es mucho menos intenso y el énfasis se pone en el estatus legal. La fuerza misma de los hechos, dada la evolución de las sociedades, conduce inevitablemente a una ciudadanía que consiste en derechos y en la que es marginal la participación.
    Kant dice que en el plano del bien hay una opción personal, pero que la moral es universal. Lo justo (objetivo) antecede al bienestar (subjetivo). Para Kant en el plano del bienestar no hay una verdad objetiva.


Fundamentos del estado civil :
  • La Libertad en cuanto hombre
  • La igualdad en cuanto subdito
  • La independencia en cuanto ciudadano

El concepto de dignidad
Esto nos deriva al concepto de dignidad, concepto moral que hay que evaluar en el plano de los hechos. P.e. cuando el trabajador que es un obrero calificado pero que desempeña funciones de oficina recibe una resolución que dispone que vaya a barrer las calles, estaría siendo vulnerado en sus derechos porque se afecta su dignidad.
    Kant en sus obras "Fundamentación de la metafísica de las costumbres" y "Principios metafísicos del Derecho"  utiliza, como soporte de la dignidad de la persona el argumento según el cual

"...Los seres cuya existencia no descansa en nuestra voluntad, sino en la naturaleza, tienen, cuando se trata de seres irracionales, un valor puramente relativo, como medios, y por eso se llaman cosas; en cambio, los seres irracionales se llaman personas porque su naturaleza los distingue ya como fines en sí mismos, esto es, como algo que no puede ser usado como medio y, por tanto, limita, en este sentido, todo capricho (y es objeto de respeto). Estos no son pues, meros fines subjetivos, cuya existencia, como efectos de nuestra acción, tiene un valor para nosotros, sino que son fines objetivos, esto es, realidades cuya existencia es en sí misma, un fin...".

Ese elemento teleológico, no puramente negativo, consustancial a la dignidad de la persona es la que permite afirmarla como sujeto. La dignidad significa para Kant -tal y como expresa en la "Metafísica de las costumbres"- que la persona humana no tiene precio, sino dignidad: "Aquello -dice Kant- que constituye la condición para que algo sea un fin en sí mismo, eso no tiene meramente valor relativo o precio, sino un valor intrínseco, esto es, dignidad".
    El concepto moderno de dignidad humana, se encuentra por primera vez en Kant, a saber, en las Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y sublime, en que al principio fundamental de la moral denomina sentimiento de la belleza y dignidad de la naturaleza humana. En La Metafísica de las costumbres la dignidad de la naturaleza humana es deducida de la autodeterminación moral del hombre. Pero el hombre no aparece aquí dentro de un gran orden cósmico ni tampoco en una comunidad nacional ni social, sino que cada uno lucha por su dignidad interior, y el hombre físico se somete al moral., con respecto a la posibilidad de adquirir dignidad interior, según Kant y la idea cristiana todos los hombres son iguales.
    John Stuart Mill consideró que Kant era un utilitarista de las normas. Según Mill los imperativos categóricos de Kant solo tienen sentido en casos de violencia si consideramos las consecuencias de la acción. Kant afirma que el vivir egoístamente no puede ser universalizado pues todos necesitamos el afecto en algún u otro momento. Según Mill este argumento se basa en las consecuencias.
    Para Kant, las consecuencias no pueden ser tomadas en cuenta en la justificación moral. Según Kant, un ser humano no puede ser un medio para un fin cualquiera. Todo ser humano debe ser tratado como un "fin", con la capacidad  racional para llegar a sus propios juicios morales.
    Un kantiano no sería capaz de justificar moralmente torturar a una persona para salvar las vidas de los demás. La única opción es convencer a esa persona que está mal matar a otros y que uno está obligado a proteger sus vidas.
    Aunque parece que, a través del imperativo categórico, los seres humanos son capaces de formular juicios morales con independencia de cualquier concepción determinada de Dios, cuando nos involucramos en el pensamiento moral no nos estamos acercando al mundo como lo hacemos científicamente.
    Mientras que el científico se enfrenta el mundo con la finalidad de adquirir conocimientos sobre la mecánica, las leyes del trabajo dentro de él, un mundo físico carente de "Libre albedrío", desde el punto de vista moral nos acercamos al mundo con respecto a los valores morales.
    Dentro de esta manera de concebir el mundo, no son las leyes mecánicas lo que se trata de determinar, sino la cuestiones del  bien y del mal y de nuestra voluntad libre para actuar de una manera u otra.
    Desde el punto de vista moral, nos encontramos en el mundo como un "reino de los fines" - un mundo en el que los seres racionales son capaces de comprender lo que está bien y el mal empleando el  libre albedrío. Por lo tanto, Dios, que parece no tiene cabida en el mundo científico, tiene un lugar muy significativo en el mundo desde un punto de vista moral.

La ética
La doctrina ética tiene como cuestión central la pregunta « ¿qué debo hacer?». Kant intenta identificar las máximas, o los principios fundamentales de acción, que debemos adoptar sin referencia alguna sobre una concepción subjetiva del bien, los deseos, o las creencias morales comúnmente compartidas que podamos tener, tal y como hacen los utilitaristas y comunitaristas. Rechaza la doctrina de la virtud, así como la defensa de los sentimientos o creencias como el que defienden muchos pensadores del siglo XVIII (y también del XX).
    Para Kant nada se considera como bueno, excepto la buena voluntad. En la Fundamentación de la metafísica de las costumbres, Kant señala:
    Ni en el mundo, ni, en general, tampoco fuera del mundo, es posible pensar nada que pueda considerarse como bueno sin restricción, a no ser tan sólo de una buena voluntad
    La pregunta de Kant « ¿Qué debo hacer?» Se responde así: debo basar mis acciones en el rechazo de máximas no-universalizables, y llevar así una vida moralmente válida cuyos actos se realizan por deber. Pero si dejo de hacer esto, al menos debo de realizar mis actos igual que si tuviese semejante máxima moralmente válida.

Ni en el mundo, ni, en general, tampoco fuera del mundo, es posible pensar nada que pueda considerarse como bueno sin restricción, a no ser tan sólo de una buena voluntad .
Fundamentación de la metafísica de las costumbres, Kant


La ética
Ethos es carácter. La eticidad ha sido expuesta por Hegel, en la que tiene un sentido político. Hegel, sostiene que cada pueblo se caracteriza por un conjunto de rasgos constitutivos, que vienen marcados por el pasado, las tradiciones, la cultura. En Hegel, el Estado es una de las tantas formas en las que se manifiesta el Espíritu  en tanto vida ética de un pueblo, en su evolución dialéctica, como una segunda naturaleza de carácter antinatural, en tanto se construye sobre la base de las relaciones creadas entre la familia y la sociedad civil en conjunto. Sólo en este marco limitado por el Estado, puede, en el pensamiento hegeliano, el ser humano convertirse en Hombre, como objetivación racional: Quiere actuar positivamente. Es diferente a la moral kantiana. Aquí se busca excluir los sentimientos. La razón puede tener control, pero para Kant se elimina los sentimientos, para Hegel se los busca moderar.
    La ética apunta en su dinamismo hacia un ideal ético universal capaz de acoger a todos los hombres de una época determinada; esta transida, por consiguiente, de un impulso ético universalista, que vendría dado por una moral pública universal.
   La ética es social, es universal (pública). La ética kantiana está contenida en lo que se ha denominado como sus tres obras éticas: Fundamentación de la Metafísica de las costumbres, Crítica de la razón práctica y Metafísica de las costumbres. Kant se caracterizó por la búsqueda de una ética o principios con el carácter de universalidad que posee la ciencia. Para la consecución de dichos principios Kant separó las éticas en: éticas empíricas (todas las anteriores a él) y éticas formales (ética de Kant).
    La moral es particular. La ética es una reflexión sobre la moral. En Kant la moral (nouménico) es crítica a diferencia de la moral social. Su filosofía es ante todo crítica. Kant argumenta en contra de las tesis metafísicas de los racionalistas. Los imperativos de Kant, se refieren únicamente a la moral social. Mas sus conceptos abarcan los principios del derecho romano:
    La moral kantiana es, una moral puramente formal, ligada a la pura forma de la ley moral. Para Kant todas las morales anteriores a él eran morales materiales que se fundamentan sobre contenidos y que, por tanto comprometen la autonomía de la voluntad; implican que esta se subordina a las cosas y, por tanto, a las leyes de la naturaleza. En consecuencia, comportan una heteronomía de la voluntad. Dichas morales heterónomas y materiales son falaces según Kant. Tales eran las éticas basadas en la búsqueda de la felicidad o morales eudemonistas. Pues la búsqueda de la felicidad da lugar a imperativos hipotéticos, no a imperativos categóricos.
    Para Kant la ley otorga el ser y define al bien y no a la inversa. En resumen, el imperativo categórico nos dice “contempla tus acciones desde una perspectiva universal y te darás cuenta si son morales o no.” Para que una acción sea moral, la voluntad que se halla en la base de la acción debe estar inmediatamente determinada por la sola ley y no a través del sentimiento, sea cual fuere su especie.
    La ética de Kant sigue siendo el intento paradigmático y más influyente por afirmar principios morales universales sin referencia a las preferencias o a un marco teológico.


Vida de Kant : Kuno Fisher

Porqué leer a Kant hoy día 

11 de mayo de 2011

La obra de Gilles Lipovetsky,

                                                                     Gilles Lipovetsky

(París, 1944) Filósofo francés de origen polaco. Profesor de Filosofía en la Universidad de Grenoble, en 1983 publicó su obra principal, La era del vacío [1], que versaba sobre lo efímero y lo frívolo. El ensayo fue acogido en Francia con una fuerte polémica, aunque ciertos sectores lo saludaron como una especie de lema o paradigma que reflejaba a la perfección el mundo contemporáneo, visto como pura evanescencia.

En esta obra articula conceptos fuertes, que le han proporcionado la reputación intelectual que tiene: proceso de personalización, destrucción de las estructuras colectivas de sentido, hedonismo, consumismo, tensiones paradójicas en los individuos y en la sociedad civil, la seducción como forma de regulación social, rechazo de la violencia política y aumento de la consideración ciudadana de los valores esenciales de la democracia.

La tesis principal defendida por Lipovetsky es que el filósofo tradicional ha permanecido demasiado tiempo encadenado a formas irreales y apartado de la realidad cotidiana de su propio tiempo, al modo del prisionero platónico, razón por la cual se ha apartado de los intereses vitales de una sociedad caracterizada por la cultura de masas. En oposición a esta tendencia escapista, Lipovetsky propone volver los ojos a la realidad concreta, es decir, al estudio de los fenómenos masivos y efímeros propios de la era contemporánea.

El eje central de la obra de Gilles Lipovetsky es el análisis del paso de la modernidad a la hipermodernidad en las sociedades desarrolladas.

En su segundo trabajo, El imperio de los efímero. La moda y su destino en las sociedades modernas [1], publicado en 1987, Lipovetsky desarrolló un amplio estudio sobre la moda, enfocado desde una perspectiva histórica, en el que intentó explicar la influencia de los cambios en los gustos de la moda en el sentido de la tolerancia y el relativismo en los valores, factores dominantes del individualismo del presente, que lo han convertido en un intelectual globalizado con una inmensa capacidad de convocatoria.

También es autor de los ensayos: El lujo eterno, El crepúsculo del deber, La tercera mujer, Metamorfosis de la cultura liberal, Los tiempos hipermodernos, La felicidad paradójica y La sociedad de la decepción.

Cuando Lyotard acuña el concepto de ‘postmodernidad’ [2] a finales de los años setenta y escribe que ya “se han acabado los grandes relatos”, se observa en la sociedad desarrollada una sensación de liberación de los cánones de la modernidad. El “narciso” cool, individualista y consumista que tan bien retrata Lipovetsky en La era del vacío y en El imperio de lo efímero es un ser optimista en su gozo, un individuo que vive el presente, y que se olvida del pasado y que carece de preocupación por el futuro.

Sin embargo veinte años después, esa euforia de los años postmodernos ya no es la misma. En Los tiempos hipermodernos [3], Lipovetsky previene al lector del fin de la euforia. El hedonismo del presente que caracterizó la era de los ochenta ya no existe. En la hipermodernidad, se ha extendido el desempleo, la preocupación por la salud, las crisis económicas y un largo sinfín de virus que generan ansiedad individual y tensión colectiva se han introducido en el cuerpo social.

Hoy la Europa de los 70 y 80 no es la misma, después de las crisis económicas, después de los problemas de la inmigración y de la crisis de identidad y de pertenencia por la caída de la cortina de hierro. En Norte América con otras variantes generadas por la crisis de la postguerra de Viet Nam, del 11 de Noviembre y de la juventud que regresa de participar en las aventuras en Irak y Afganistán, la sociedad ha entrado en una vorágine de ansiedad colectiva.

Para Lipovetsky el desarrollo de la globalización y de la sociedad de mercado ha producido en estos años nuevas formas de pobreza, marginación, precarización del trabajo y un considerable aumento de temores e inquietudes de todo tipo. Sin embargo, la sociedad hipermoderna no ha supuesto la aniquilación de los valores. Al contrario, el hedonismo ya no estimula tanto, la extrema derecha no ha tomado el poder y el conjunto de la sociedad no ha caído en desviaciones xenófobas y nacionalistas.

La dinámica de la individualización personal no ha supuesto que la democracia pierda firmeza o se aleje de sus principios humanistas y plurales. Los derechos humanos siguen constituyendo uno de los principios morales básicos de la democracia. La dinámica del individualismo refuerza, en opinión de Lipovetsky, la identificación con el otro. El culto al bienestar conduce, aunque parezca paradójico, a que los individuos sean más sensibles al sufrimiento.

La producción de bienes se centra en las personas, como es el caso del teléfono móvil y las Lap Top y los diversos instrumentos de la parafernalia de las redes sociales que valoran al individuo. Las culturas de clase se vienen erosionando, ya que estas se hacen menos legibles y la pertenencia a un grupo social no determina ya los modos de consumo.

En la sociedad hipermoderna el peligro no viene por algo que precisamente la caracteriza, lo que Lipovetsky denomina hiperconsumo. “Cuanto más se impone la comercialización de la vida, más celebramos los derechos humanos. Al mismo tiempo, el voluntariado, el amor y la amistad son valores que se perpetúan e incluso se fortalecen”. El peligro viene para Lipovetsky de otra parte. Procede de lo que él denomina una inquietante fragilización y desestabilización emocional de los individuos.

La debilidad de cada individuo tendría su origen en el hecho de que cada vez estamos menos preparados para soportar las desgracias de la existencia, y ello no porque el culto al éxito o al consumo provoque esa fragilidad, sino porque las grandes instituciones sociales han dejado de proporcionar la sólida armazón protectora que las caracterizaba. Esto explicaría la ola de trastornos psicosomáticos, las depresiones y las demás angustias con las que las diferentes industrias que producen psicofármacos se enriquecen.

En la arquitectura de La felicidad paradójica [4], cuyo subtítulo es enormemente significativo –Ensayo sobre la sociedad de hiperconsumo-, aparece de un nuevo arquetipo social, el hiperconsumidor, un ser que ya no desea sólo el bienestar, lo que ahora anhela es armonía, sensación de plenitud, felicidad y sabiduría. Dicho hiperconsumidor es la consecuencia, según Lipovetsky, del desarrollo de las tres etapas a través de las cuales se despliega la sociedad contemporánea.

La primera de ellas, comprendida entre 1880 y la Segunda Guerra Mundial, marca el inicio de la sociedad de consumo. Son los años de la producción a gran escala y de la puesta a punto de las máquinas de fabricación continua que producen bienes con vocación de durabilidad.

Para su desgracia, el hiperconsumidor se apoya tanto en sus emociones que éstas no acaban nunca de ser satisfechas, y la experiencia de la decepción asoma y amenaza a distintas capas de la sociedad.

En torno a 1950 es cuando se inicia el nuevo ciclo histórico de las economías de consumo. En esta segunda etapa, la capacidad de producción aumenta tanto que se genera una mutación social que da lugar a la aparición de la sociedad de consumo de masas. Se abren supermercados, centros comerciales, hipermercados y, aunque de naturaleza básicamente fordista, el orden económico se rige ya en buena medida por los principios de la seducción y de lo efímero. En este período se vienen abajo las antiguas resistencias culturales y se expande la sociedad del deseo.

En la tercera etapa, la vida de las sociedades desarrolladas no hace sino acumular signos de placer y felicidad. En este estado de cosas la cultura del consumo promete felicidad y evasión de los problemas. La producción de bienes se centra en las personas, como es el caso del teléfono móvil. Las culturas de clase se erosionan, se hacen menos legibles y la pertenencia a un grupo social no determina ya los modos de consumo. Sin embargo –y ahí aparece la paradoja anunciada en el título de esta obra- el hiperconsumidor se vuelve desconfiado e infiel. Ya no sigue sólo a una marca, ahora entra en internet y compara, analiza, reflexiona y orienta sus deseos hacia lo que más le gratifica.

Para su desgracia, el hiperconsumidor se apoya tanto en sus emociones que éstas no acaban nunca de ser satisfechas, y la experiencia de la decepción asoma (del análisis de la decepción se ocupó el siguiente libro de Lipovetsky aparecido en Francia --La société de déception (2006) [5] y amenaza a distintas capas de la sociedad. Jóvenes violentos, ancianos desprotegidos o inmigrantes son las entidades colectivas sobre las que el autor reflexiona.

Para Lipovetsky la entidad que promete la felicidad del ciudadano no es la democracia sino el capitalismo consumista. Aún así, el capitalismo siempre tiene enemigos; hoy día se puede señalar el voluntariado, las ONG, el ecologismo responsable, la idea del comercio justo y la del desarrollo sostenible. El mercado ha conseguido transmutar los valores y los sentimientos, pero no comercializarlos del todo.

Desde este análisis y desde los excesos del hedonismo del capitalismo de consumo, Lipovetsky predice una mutación cultural que debería de revisar la importancia de los goces inmediatos y contener el frenesí consumista.

Esto que se plantea para el desarrollo, en la carencia, es más dramático, ya que el consumo toma la forma de una satisfacción alucinatoria asociada a un discurso estructurado de signos, tal como Baudrillard alude a la sensación lúdica de traspasar la necesidad para dejarse perder en la virtud del espectáculo y de la escenificación.

[1] La era del vacío: Ensayo sobre el individualismo contemporáneo, Ed. Anagrama, 1986
[2] El imperio de lo efímero: La moda y su destino en las sociedades modernas, Ed. Anagrama, 1990
[3] Lyotard,  Jean-François. La condición posmoderna: Informe sobre el saber (La Condition postmoderne: Rapport sur le savoir. 1979).
    J.Baudrillard, J.Habermas, E. Said y otros. La posmodernidad. Kairós, 2000.
    G. Vattimo, J. M. Mardones, I. Urdanabia... [et al.]. En torno a la posmodernidad. Anthropos. Barcelona. 1990.
    Jürgen Habermas. El discurso filosófico de la modernidad, en El pensamiento pos metafísico. Taurus. Madrid, 1990.
    Perry Anderson. Los orígenes de la posmodernidad. Anagrama. Madrid, 2000.
[4] Lipovetsky, Gilles: Los tiempos hipermodernos,  (Anagrama, 2006)
[5] Lipovetsky, Gilles: La felicidad paradójica. Ensayo sobre la sociedad de hiperconsumo (Anagrama, 2007)

3 de mayo de 2011

Preponderancia del Nomos frente al Anomos: ORDEN Y CAOS

 Muerte de Hector

El orden y el caos, se encuentran en alternancia permanente.  La preponderancia absoluta de una de estas condiciones termina destruyendo todo, ateniéndonos a la vieja sabiduría de oriente que nos hablaba del equilibrio entre el Ying y el Yang, o a la de los griegos: oponiendo el cosmos al caos ilustrado en los versos de la Ilíada.

Los mitos griegos a menudo eran representados en festividades de orden caótico,  las dionisíacas, donde al igual que en nuestros días, se utilizaba para proclamar un orden concreto a través del caos. Este orden constituido por la Dike y por la Themis morigerada por la Sophrosyne  implicaba la preponderancia del Nomos y la presencia consiguiente del Anomos ilustrado en los versos de La Ilíada y de La Odisea.

CAYETANO ACUÑA VIGIL


Esta alternancia mostrada en los cantos Homéricos está presente a lo largo de la historia.

En la historia de occidente, hay tres períodos caracterizados por la existencia de unidades conocidas como “Ciudad-Estado” (CE) que identifican la potencia de esta alternancia.

El primero es en el territorio entre los ríos Tigres y Éufrates, región llamada por los griegos “Mesopotamia”.   Los habitantes de la antigua etnia sumeria,  construyeron estas CE que luego  fueron integradas al Imperio Acadio, bajo el gobierno de Sargón el Antiguo.

El segundo momento es en Grecia, el que finaliza con la absorción de todas las ciudades griegas dentro del Imperio de Alejandro Magno.

Y el tercero es en el norte de la actual Italia, durante la Edad Media y el Renacimiento, el que encuentra su culminación en las Guerras Italianas, del S XVI, siendo incluidas en la esfera de poder de España, Francia y el Sacro Imperio.

Esas CE, fueron el motor de los más grandes logros de la civilización y su accionar marcó el  desarrollo histórico hasta nuestros días.

Los grandes imperios, tanto de la antigüedad como los modernos, se han caracterizado por un fuerte sentido de preservación del orden.  Un “cosmos” considerando el término griego para orden y lo opuesto a ese orden, el “desorden” como los griegos lo han llamado el “Caos” es típico de los sistemas de CE.

En la antigua Sumeria, se inventaron cosas tan básicas y cotidianas como: La rueda, el carro tirado por animales, el día de 24 horas, y la división sexagesimal del tiempo y del círculo, la escritura, la astronomía y las bases de la matemática, entre muchas otras importantes contribuciones más. 

En la Grecia de las CE, se desarrolló: El pensamiento científico, la filosofía, el concepto de república, de democracia, la geometría y la matemática en general tuvo un importante desarrollo. Prácticamente no hubo rama del conocimiento humano que no fuera tratada e incrementada por estos griegos.

Uno de los rasgos más marcados en las CE era su individualismo y por lo tanto la competencia permanente con sus similares.

En el último grupo, el de la ciudad estado de la Italia del norte, durante la Edad Media y el inicio del Renacimiento estas pequeñas entidades, vivieron en una era turbulenta, de permanentes conflictos, especialmente entre ellas.

Todas estas ciudades entraron en la carrera de evolucionar, adaptarse o desaparecer, y en un período de tiempo muy corto, lograron avances importantes en todos los ámbitos.  Crearon el nuevo soldado de infantería, desarrollaron la artillería con nuevas técnicas de fundición, y de trabajo de los metales, así como con mejores químicos para la fabricación de pólvoras.

 Mejoraron los transportes militares, incrementaron sus cosechas con mejores técnicas de labranza y  en lo económico, se volvieron astutos comerciantes, expertos en importar y exportar, no sólo bienes, sino también servicios y capitales. Inventaron “La banca” moderna: El cheque, el giro, la carta de crédito, el depósito con garantía, etc.    Algunas cosas fueron desarrollos absolutamente propios, otras fueron ingeniosas adaptaciones de instrumentos preexistentes.

El hecho es que dominaron desde Florencia, Pisa, Siena, Venecia, etc. Todo el mercado de capitales de la época.   Así que en el proceso de competencia feroz, le sacaron a todo el mundo una ventaja impresionante en términos de economía, administración, ciencia, tecnología y arte militar. El hecho es que al cabo de un siglo de perpetua batalla, no había en el mundo entero soldado comprable al de estas CE.

El resto de la ciudades europeas, todas ellas contrataron a estos soldados de capacidades extraordinarias.  Pero eso fue como abrir la “Caja de Pandora”. Pronto todos los europeos comenzaron a imitar las técnicas y las artes militares de estas ciudades italianas, hasta que muy pronto y apoyados por la mayor fuerza bruta del número y el dinero, los gobiernos de toda Europa occidental tuvieron a su disposición la mejor fuerza militar del mundo entero.

La población de Europa, siempre pequeña en relación a sus enemigos extra-continentales: Los turcos, los árabes, los mongoles, etc., ahora tenía el equipamiento, no sólo para igualar sino para superar a cualquier rival, aún en las peores condiciones de inferioridad numérica.

Portugal se lanzó a la aventura de explorar el Atlántico hacia el sur, recorriendo las costas africanas. Poco a poco, Portugal avanzó, encontrando oro en la costa de Guinea, la tarea excedió la vida de Enrique el Navegante, pero su obra persistió; allí en la academia portuguesa, estudió Cristóbal Colón, y Vasco da Gama dobló el cabo de Buena Esperanza y llegó a la India.

El mundo fue de Europa.  En el S XVI todo el globo estaba de un modo u otro bajo la influencia europea.  Desde las islas Malucas hasta el Nuevo Mundo, pasando por la India y al África. Las colonias y factorías comerciales europeas, portuguesas, primero, luego: holandesas, inglesas y españolas formaban un collar que explotaba exitosamente la riqueza mundial a favor de las potencias europeas.
  
Por lo tanto fue la combinación de la tecnología militar italiana y la navegación portuguesa, lo que dio a Europa el salto de calidad que le permitió a la larga dominar a todos sus competidores. Le permitió con pequeñas fuerzas militares imponerse a grandes masas, recorrer los mares y extender su mano sobre cualquier punto del globo, y una vez allí utilizar sus superiores artes comerciales y de administración económica, para optimizar el drenaje de recursos en su favor.  Trescientos años después del Renacimiento italiano y de la Escuela de Náutica de Enrique, todos los competidores de Europa estaban arruinados: El Imperio Otomano nunca volvió a ser rival, y en la China su cultura se quedó empantanada por sus luchas internas.

En esta trayectoria hasta el imperio universal de hoy día siempre vemos el permanente conflicto que nos recuerda las lecciones de la Ilíada.


Al final del poema de La Ilíada viene la escena entre Príamo y Aquiles, cuando el padre débil y acongojado, que se dispone a besar las "manos terribles, que habían matado a muchos hijos de Príamo en la batalla", cuando Aquiles ve reflejado en la cara de Príamo la imagen de su propio amado padre, Aquiles ya no es más una insensible "cosa", reducido por el poder inefable de la fuerza.

La verdad puede ser más difícil de aceptar. El es al mismo tiempo, un asesino masivo y el más suave de los hombres. Sólo unas pocas líneas de verso separan al Aquiles que enjuga las lágrimas de su amado Patroclo y el que acumula las hecatombes de los muertos de Troya.


El ensayo de Simone Weil, "L'Iliade vigor ou le Poème de la force ", publicado en 1940[1], sostiene que "el verdadero héroe, el tema en el centro de La Ilíada es la fuerza", a la que define como "aquella que convierte a cualquier persona que se somete a ella en una cosa”.

David Malouf , en Ransom [2], también recuerda que este conflicto se ilustra en el encuentro entre Príamo y Aquiles en el último libro de la Ilíada, mientras que Caroline Alexander  en su nuevo estudio del poema, La guerra que causó la muerte de Aquiles [3], lo ve como una meditación sobre los efectos catastróficos de los conflictos. Aunque no se entrega a una equivalencia directa, es difícil no vincular su lectura a la devastación causada por los conflictos en Afganistán e Irak.

Hoy en West Point, la academia militar de EE.UU. de élite donde se puede realizar una maestría en "Estudios sobre Terrorismo", se incluye el estudio de La Ilíada, como parte de su curso de literatura. En el 2007 en su libro Corazón de Soldado, Elizabeth Samet [4], profesora de literatura en la institución, recuerda una visita del poeta Robert Fagles [5], que recitó en griego, las primeras 1.000 líneas del poema épico. Los oyentes en su audiencia deben estar ahora en las posiciones de mando en Irak y Afganistán.

Como vemos, La Ilíada todavía tiene mucho que decir sobre la guerra, incluso cuando se libra hoy en día.

Las sangrientas batallas, los inspirados discursos, la excelencia de los guerreros están descritos en la Ilíada como quería la tradición. Pero la epopeya nunca traiciona, y el tema central es la guerra. Celebra la nobleza del sacrificio y el coraje del guerrero, pero termina con una secuencia de funerales, dolor y vidas destrozadas, revelando la verdadera dimensión de la tragedia de la muerte.

Hoy en el s XXI el orden y el caos, en alternancia permanente está plenamente vigente. Lo que viene ocurriendo en los conflictos de la cotidianeidad es una ilustración de esta vigencia y de que las lecciones de la Ilíada siguen permanentes y que nos recuerdan estar siempre alertas.

[1] Simone Weil
[2] Malouf, David. 2009. Ransom. Random House.
[3] Alexander, Caroline. 2011.  War That Killed Achilles, Faber.
[4] Samet, Elizabeth D. 2007. SOLDIER’S HEART. Peace and War at West Point. 259 pp. Farrar, Straus & Giroux.
[5] Robert Fagles, fue un académico y poeta norte Americano conocido por sus traducciones de los clásicos griegos, especialmente por su aclamada traducción de los poemas épicos de Homero. Fue profesor de la universidad de Princeton.

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